“A medida que se descubren nuevas nebulosas o nuevos electrones, nuevas vitaminas o nuevos explosivos, se alejan y nos desvían más de lo esencial. Y ahora la verdad está tan escondida que ya no se la busca.
Incluso estaría totalmente perdida si no sobrevivieran algunos sencillos de espíritu para quienes la verdad existe. Ellos no pueden resignarse a pensar que nadie la conozca, o la haya conocido. Recorren el mundo interrogando a la gente, a los astros y las hierbas, interrogando al gran libro de la naturaleza y hojeando textos olvidados, interrogando a su corazón y a Dios en la plegaria. Saben que no tienen la verdad, pero saben que ella es. Están tan hambrientos y sedientos de ella que saben seguirla por el rastro y reconocerla por el olor. Y ante un hombre difamado, un acontecimiento absurdo, un grimorio ilegible, se paran en seco, exclamando: ¡Aquí está!
Ellos saborearán este libro. Para ellos ha sido escrito, aunque su hermandad sea poco numerosa”.
Lanza del Vasto, del prefacio a "El Mensaje Reencontrado" de L. Cattiaux (1945).